La sensualidad es entendida de diferentes formas por cada cultura. Mientras en las tribus "tuareg" de Africa, una mujer para ser bella debe ser obesa, nuestra sociedad valora un cuerpo delgado en el que cada vez son menos identificables los rasgos de hombre y de mujer. fuente: gordos.com
Transformaciones
Occidente transitó diferentes modelos de belleza y sensualidad, que conocemos por las representaciones que los artistas hicieron de ellos:desde los atléticos hombres griegos-el ideal masculino perfecto-, hasta las imágenes de Venus -la diosa del amor- y de las mujeres del Renacimiento y de épocas posteriores.
La idealización de la mujer a través de estos retratos no fue siempre la misma. Si de kilos hablamos, la primera Venus, hecha por el griego Praxíteles en el 350 a.C. era más delgada y torneada que las famosas mujeres de Botticelli o de Rubens. Pero, vestidas o desnudas, con miradas inocentes o atrevidas, los artistas no ocultaban en ellas la carnalidad de las curvas protuberantes o los pocitos de adiposis.
Occidente no es, sin embargo, el único modelo. Antes de la existencia de Grecia y de Roma, estudios antropológicos recientes descubrieron una cultura llamada de La Diosa, donde las estatuillas encontradas dan cuenta de mujeres de pechos enormes, símbolo de la fertilidad, y cuerpos extremadamente pulposos. Y si pensamos en Africa, no sólo encontramos que para los tuareg la mujer bella debe ser obesa, sino que el arte negroafricano está constituído por cuerpos con forma humana alterados por su propia cosmovisión, cubiertos con una ornamentación abundante en cabezas, brazos, narices, y piés: los adornos fundamentales para la sensualidad de esos pueblos.
Aquí y ahora
La transformación en la sociedad actual empezó cuando, iniciado el siglo XX, la moda estilizó el cuerpo. Ya no más corsés ajustados ni polleras amplias que alejaban a las personas entre sí. Se usaban vestidos rectos que acentuaban la delgadez; y junto al fomento de la higiene y la buena salud, hicieron que mucha gente practicara deportes, embelleciendo y modelando sus músculos.
Prácticas que se realizarían con más exigencia a partir de los años '80 y que dieron forma a un ideal andrógino, donde se pierden los rasgos que diferencian al hombre y la mujer. Lo paradójico es la ligazón que se establece entre estos cuerpos cada vez más parecidos entre sí y una sexualidad exitosa, como si para gozar necesitáramos a un otro que es parecido a nosotros mismos.
El cuerpo fue uno de los ejes de la vida de los últimos doscientos años, pero no tanto para disfrutarlo y liberarlo, como para controlarlo. Asociar la sensualidad, y la sexualidad, a un modelo único, es una de las formas más sutiles y obsesivas del control. Sin embargo, si escuchamos nuestros instintos, hay una verdad incontrastable: no hay sentido -gustativo, olfativo, táctil- que le esté vedado a quien no cumple con el ideal de los modelos sociales. La sensualidad no pasa por calzarnos un número de pantalones chicos o medianos. El goce está en disfrutar los olores, las texturas de las prendas, las pieles de nuestros amantes. Está en todos los lugares donde lo imaginemos y deseemos.
Cuerpo y Alma
Hacia el año 1800, se denominaba psyqué a un espejo que giraba sobre un eje horizontal y permitía ver el cuerpo entero. Era un objeto de moda, que simbolizaba la posibilidad de unir el cuerpo y el alma, disociados por casi dos mil años de mandatos eclesiásticos que castigaban el goce de la carne, el placer sensual. Pero el 1800 era temprano, aún Occidente transitaba el período victoriano, con sus inhibiciones, y recién cien años después, cuando comenzaban las transformaciones del siglo XX, alma y cuerpo tendrían la posibilidad de unirse en la cultura.
Psiqué, dice la leyenda, fue una princesa griega de belleza increíble cuyos pretendientes huían abrumados ante tal encanto. Su padre, preocupado, consultó al oráculo que le dijo que la dejara sobre una roca, que un monstruo se la llevaría, era el único que se casaría con ella. El rey cumplió, y el monstruo llevó a Psiqué a un hermoso palacio. Todo le estaba permitido: placeres, vestidos, y por la noche se reunía con su esposo, que la trataba amorosamente.
Sólo había un pacto que ella no podía romper jamás: mirar a su amado. Intrigada, una noche la princesa encendió una vela para observarlo. El monstruo que la había raptado era un joven de una belleza impar como la suya, era Cupido. Pero una gota de cera que cayó de la vela lo despertó, y el dios del Amor se marchó furioso. Sólo después de llantos y ruegos de ambos amantes, Zeus, Dios de los Dioses, les permitió unirse nuevamente. El significado de la palabra psiqué es alma; sin embargo para ella no fue suficiente el amor que recibía de ese ser desconocido, quiso ver.
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Transformaciones
Occidente transitó diferentes modelos de belleza y sensualidad, que conocemos por las representaciones que los artistas hicieron de ellos:desde los atléticos hombres griegos-el ideal masculino perfecto-, hasta las imágenes de Venus -la diosa del amor- y de las mujeres del Renacimiento y de épocas posteriores.
La idealización de la mujer a través de estos retratos no fue siempre la misma. Si de kilos hablamos, la primera Venus, hecha por el griego Praxíteles en el 350 a.C. era más delgada y torneada que las famosas mujeres de Botticelli o de Rubens. Pero, vestidas o desnudas, con miradas inocentes o atrevidas, los artistas no ocultaban en ellas la carnalidad de las curvas protuberantes o los pocitos de adiposis.
Occidente no es, sin embargo, el único modelo. Antes de la existencia de Grecia y de Roma, estudios antropológicos recientes descubrieron una cultura llamada de La Diosa, donde las estatuillas encontradas dan cuenta de mujeres de pechos enormes, símbolo de la fertilidad, y cuerpos extremadamente pulposos. Y si pensamos en Africa, no sólo encontramos que para los tuareg la mujer bella debe ser obesa, sino que el arte negroafricano está constituído por cuerpos con forma humana alterados por su propia cosmovisión, cubiertos con una ornamentación abundante en cabezas, brazos, narices, y piés: los adornos fundamentales para la sensualidad de esos pueblos.
Aquí y ahora
La transformación en la sociedad actual empezó cuando, iniciado el siglo XX, la moda estilizó el cuerpo. Ya no más corsés ajustados ni polleras amplias que alejaban a las personas entre sí. Se usaban vestidos rectos que acentuaban la delgadez; y junto al fomento de la higiene y la buena salud, hicieron que mucha gente practicara deportes, embelleciendo y modelando sus músculos.
Prácticas que se realizarían con más exigencia a partir de los años '80 y que dieron forma a un ideal andrógino, donde se pierden los rasgos que diferencian al hombre y la mujer. Lo paradójico es la ligazón que se establece entre estos cuerpos cada vez más parecidos entre sí y una sexualidad exitosa, como si para gozar necesitáramos a un otro que es parecido a nosotros mismos.
El cuerpo fue uno de los ejes de la vida de los últimos doscientos años, pero no tanto para disfrutarlo y liberarlo, como para controlarlo. Asociar la sensualidad, y la sexualidad, a un modelo único, es una de las formas más sutiles y obsesivas del control. Sin embargo, si escuchamos nuestros instintos, hay una verdad incontrastable: no hay sentido -gustativo, olfativo, táctil- que le esté vedado a quien no cumple con el ideal de los modelos sociales. La sensualidad no pasa por calzarnos un número de pantalones chicos o medianos. El goce está en disfrutar los olores, las texturas de las prendas, las pieles de nuestros amantes. Está en todos los lugares donde lo imaginemos y deseemos.
Cuerpo y Alma
Hacia el año 1800, se denominaba psyqué a un espejo que giraba sobre un eje horizontal y permitía ver el cuerpo entero. Era un objeto de moda, que simbolizaba la posibilidad de unir el cuerpo y el alma, disociados por casi dos mil años de mandatos eclesiásticos que castigaban el goce de la carne, el placer sensual. Pero el 1800 era temprano, aún Occidente transitaba el período victoriano, con sus inhibiciones, y recién cien años después, cuando comenzaban las transformaciones del siglo XX, alma y cuerpo tendrían la posibilidad de unirse en la cultura.
Psiqué, dice la leyenda, fue una princesa griega de belleza increíble cuyos pretendientes huían abrumados ante tal encanto. Su padre, preocupado, consultó al oráculo que le dijo que la dejara sobre una roca, que un monstruo se la llevaría, era el único que se casaría con ella. El rey cumplió, y el monstruo llevó a Psiqué a un hermoso palacio. Todo le estaba permitido: placeres, vestidos, y por la noche se reunía con su esposo, que la trataba amorosamente.
Sólo había un pacto que ella no podía romper jamás: mirar a su amado. Intrigada, una noche la princesa encendió una vela para observarlo. El monstruo que la había raptado era un joven de una belleza impar como la suya, era Cupido. Pero una gota de cera que cayó de la vela lo despertó, y el dios del Amor se marchó furioso. Sólo después de llantos y ruegos de ambos amantes, Zeus, Dios de los Dioses, les permitió unirse nuevamente. El significado de la palabra psiqué es alma; sin embargo para ella no fue suficiente el amor que recibía de ese ser desconocido, quiso ver.
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